La tiza Símbolo de una era educativa

Los inicios en la docencia están marcados por recuerdos imborrables. En mis primeros años como educadora, llenos de motivación, energía y creatividad, cada clase era una experiencia vivida, con intensidad y pasión por enseñar. En ese entonces, al salir del aula, mi abundante cabellera negra se tornaba blanca; blanca y no de nieve, eso no existe en mi país; tampoco era escarcha, ni maicena, no era época de carnaval. Este era el efecto de una de las herramientas educativas más emblemáticas de antaño: ¡la tiza!

La tiza, una piedra caliza suave de color blanco o gris, compuesta por conchas de foraminíferos y preparada en barritas, era nuestro aliado indispensable para escribir y dibujar en los tableros o pizarras. Para los jóvenes, que no la conocen, era el elemento que nos servía para plasmar palabras y dibujos, una de las grandes ayudas didácticas de la época. Con el tiempo, se fabricaron tizas de colores, lo cual enriqueció aún más nuestras posibilidades en el aula. No obstante, su uso implicaba un constante desafío: todas las partículas que llegaban a nuestro cuerpo eran de tiza.

A nosotros, los docentes, no nos podía faltar la toallita para frotar la ropa, las manos, la cara, el cabello, mejor dicho, todo el cuerpo, para sacudirnos el polvo de la tiza; eso era un ritual en cada hora de clase. Las intensas jornadas de 7 horas, interrumpidas apenas por 25 minutos de receso para hidratarnos, se pasaban muy rápido. Las mujeres nos esforzábamos por llegar nuevamente maquilladas y bien presentadas a las próximas horas del día. Este periodo dejó huella no solo en nuestra apariencia sino también en nuestros bolsillos, pues invertimos considerablemente en cremas y masajes capilares para combatir la resequedad en la piel y el cuero cabelludo.

El polvo de la tiza, aunque una característica icónica de las aulas de clase en el pasado, tuvo varios efectos perjudiciales en la salud de los docentes y estudiantes de manera constante. Nuestra garganta y nuestra voz siempre estuvieron expuestas; no solo por tener que levantar la voz más de lo normal, debido al gran número de estudiantes que había en cada salón (más de 40), sino por la tiza misma. Las vías respiratorias se irritaban, por lo tanto, la tos, secreción y congestión nasal, estornudos, síntomas alérgicos, asma o bronquitis, entre otros, no se hacían esperar. Qué decir de los ojos, el polvo de la tiza entraba en contacto con ellos, causando irritación, picazón, enrojecimiento y molestias oculares; se puede observar que la mayoría de los docentes usamos gafas desde temprana edad.

Sí, fueron muchos años desempeñándome en una de las mejores profesiones, donde se lleva el saber, el conocimiento y las vivencias, en la cual te llenas de alegría y satisfacción al ver el producto de tu esfuerzo, todos ellos reflejados en tus estudiantes; algunos mostrando agradecimiento y valorando todo lo aprendido. Otros son ahora colegas y pueden vivir la misma experiencia de enseñar, comprendiendo más a sus maestros, así como un hijo comprende a sus padres cuando toma el mismo rol.

Los años no pasan en vano. Ahora nos encontramos en los consultorios médicos, los docentes que sufrimos las consecuencias de la tiza, solicitando citas para que nos revisen los ojos, nuestra piel y nuestra garganta. Con el paso del tiempo, las instituciones educativas adoptaron tecnologías modernas, como pizarras digitales, proyectores y marcadores de borrado en seco, como alternativas al uso de la tiza tradicional. Estas tecnologías no solo eliminaron el problema del polvo de la tiza, sino que también ofrecen ventajas adicionales en términos de interactividad y posibilidades de enseñanza, especialmente a los docentes actuales.

A pesar de los desafíos que enfrentamos con la tiza, esta experiencia nos enseñó a ser creativos e innovadores en el aula. Mientras usábamos este tradicional recurso, también desarrollábamos otras estrategias didácticas. Por ejemplo, creábamos recursos adicionales para realizar concursos dentro del aula, lo cual resultaba muy efectivo, ya que a los estudiantes les gusta competir y esto hacía el aprendizaje más dinámico y productivo. Esta combinación de métodos tradicionales y creativos no solo enriquecía la experiencia educativa, sino que también desarrollaba habilidades cruciales para el futuro profesional de los estudiantes.

A pesar de los desafíos que enfrentamos con la tiza y otros aspectos de la enseñanza tradicional, aquellos años fueron fundamentales en mi carrera, forjando mi vocación y recordando constantemente por qué elegí este noble oficio. La tiza, con todos sus inconvenientes, se convirtió en el símbolo de una época en la educación, donde la pasión por enseñar supera cualquier incomodidad. Esos recuerdos, blancos como la tiza misma, permanecen indelebles en mi memoria, recordando la dedicación y el amor que siempre he sentido por la enseñanza, y cómo esta profesión continúa siendo crucial para el desarrollo de individuos y sociedades, incluso en la era digital.

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4 Comments

  1. Muy interesante y factual. Los resagos que dejo la tiza en los que la usaban ha sido importante y ojala que no tengan mas complicaciones de salud a largo plazo.

  2. Que interesante pensar en los inconvenientes de la tiza para enseñar y los efectos en la salud. Nunca había pensado en eso. Gracias por compartir y por escribir acerca de tus experiencias.

  3. Que chevere Pieda, ojalá mucho jóvenes conozcan ese elemento que se utilizó para la enseñanza la famosa tiza, que dejó en los docentes mucho problemas oculares y respiratorios como tu dices. Ya este metodo que siguió a la edad de piedra donde los niños aprendian era por observando o imitando a los mayores, escuchando cuentos y leyendas. En esta época de los tableros digitales vamos pasando a la enseñanza a través de la inteligencia artificial. Son etapas en la vida que hemos vivido y aprendido; y lo que nos falta por ver y vivir.

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